En un post pasado,
sugerí que la imagen puede llegar a ser más importante que el talento
en determinadas circunstancias. Pues bien, uno de los factores
determinantes para nuestra imagen es la ropa que utilizamos.
¿Podemos decir que la ropa que llevamos no sólo debe ser
adecuada para cada ocasión, sino que además nos permite reflejar poder y
autoridad? Algunos creen que la personalidad lo es todo; pero
aún los perfumes más exquisitos vienen en cuidadosamente diseñados
empaques. ¡Algo deberíamos aprender de ello! Razón de sobra tiene Víctor Gordoa en su libro “El poder de la imagen pública” cuando afirma que la primera impresión que obtienen los demás de nuestra persona es – indiscutiblemente – la más duradera, y que cambiar esa primera impresión es difícil, si no imposible.
Prueba de ello son investigaciones realizadas sobre la psicología de la autoridad,
en donde la ropa cumple un papel fundamental. Pero no voy a marearlos
con resultados y estadísticas; voy a proponerles que pongan en práctica,
ustedes mismos, los efectos de una indumentaria que transmita autoridad. Se trata de un ejercicio que aplico en mis asesorías de imagen.
El ejercicio consiste en ´invitar´ al cliente – quien usualmente no está convencido que debe cambiar su manera de vestir- a pasearse por una clínica, tratando de saludar con una sonrisa a los perfectos extraños con los que se encuentra.
Una experiencia de lo más… mundana, si es que no aburrida. Pero este
“experimento”, aparentemente sin sentido, consigue su objetivo cuando
al día siguiente le digo al ´conejillo de indias´ que haga exactamente lo mismo pero con una flamante bata blanca bordada con un nombre ficticio.
¡Hagan ustedes la prueba! ¿qué creen que ocurrirá? ¿Habrá alguna diferencia? es difícil cuantificarlo, pero la cantidad de personas que retorna un saludo sonriente es casi el doble.
Es evidente que la imagen de la bata blanca (y aún más si se
“encasquetan” un estetoscopio) está firmemente relacionada en nuestro
subconsciente como un símbolo de confianza.
Desde niños aprendemos a
obedecer lo que dicen no sólo los médicos, sino toda una serie de
figuras de autoridad (empezando por nuestros padres, los policías, los
funcionarios públicos, etcétera), a quienes aprendimos a escuchar por reforzamiento positivo.
¿Cómo es eso del reforzamiento positivo? Si estábamos
enfermos, le hacíamos caso al médico y nos curábamos. ¡Qué sencillo!
¿Quién hubiese pensado que años después, ya adultos, la codificación
seguiría siendo la misma? ¡Pero no es necesario andar por ahí,
paseándonos con una bata de médico sin serlo! (situación que puede
tornarse algo peligrosa, digo yo…)
Mucho más sencillo (y seguro) es estar atentos a nuestra manera de vestir.
LENGUAJECORPORAL.ORG
1 comentarios:
Entiendo que es muy interesante esta entrada del Blog.
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