Uno de los secretos mejor guardados de la
imagen pública es la cuidadosa sincronización de los gestos manuales con
la conversación o el discurso. Es prácticamente un lenguaje en sí
mismo, que aprendido y dominado correctamente, permite impulsar de
manera extraordinaria la personalidad de alguien. De esta manera, el
discurso más sencillo se transforma en todo un evento; la conversación
más banal puede derivar en la más poderosa herramienta de persuasión.
Lamentablemente, cuando una persona está expresando una idea que le obliga a emitir juicios de valor
o quiere establecer una opinión sólida que será sometida a análisis
crítico, tratará de recurrir a las llamadas “muletas”, que son los
pequeños objetos (de cualquier naturaleza) que mantenemos en nuestras
manos durante la conversación.
¿Qué quiero decir con muletas?
Imaginen que un día, decidimos ponernos creativos con los patines de
nuestros hijos y sobrinos… y de esa ´creatividad´ obtenemos una pierna
enyesada, por lo que tendremos que usar muletas para poder caminar, ¿no?
Sería absurdo que una persona sana las usara, y sin embargo, eso es
lo que hacemos al tratar de comunicarnos cuando estamos nerviosos. Ya
sean lápices, bolígrafos, apuntadores láser, teléfonos celulares,
libros, revistas e incluso sillas al dirigirnos a una audiencia o a una
figura de autoridad, muchas veces sentimos la necesidad de jugar,
tamborilear, agitar, retorcer e incluso malabarear con uno (¡O varios!) de estos artículos. ¿Cuál será la razón?
Simplemente, nuestro cerebro se niega expresar más de la cuenta a
través de nuestras manos. Y como mantener las manos fijas a cada lado
del cuerpo sería más que extraño, mantener las manos ocupadas con un
objeto es una “excelente” excusa. Pero en realidad, es una muy mala; es
como si la persona sana que usa muletas, lo hace para evitar competir
en una carrera que supone perderá.
¿Qué deberíamos hacer si nos sentimos nerviosos y queremos frenar nuestras manos? aquí van unos trucos muy sencillos:
- Practicar, practicar, practicar: Mucha gente lo
sabe pero… ¡no lo hace!. Practicar un discurso o un argumento nos ayuda
en muchos aspectos; por una parte, nos permite tener más fluidez y
determinación al hablar. También nos permite repasar el tema, atar los
cabos sueltos e inclusive desarrollar analogías y ejemplos que ilustren
mejor nuestro punto de vista.
- Mantener las manos separadas del cuerpo y de la cara:
Es difícil, lo sé… pero absolutamente necesario. Si estamos
desprovistos de nuestras pequeñas muletas, los brazos automáticamente
buscarán “proteger” el tronco y las manos estarán desesperadas por
acercarse a la cara para “rascar” la superficie, todo esto manifestando
un incipiente nerviosismo.
- Usar las manos de manera creativa: Un error común
es mantener las manos en una pose fija, como la palma semiextendida de
un karateka, y moverla siempre así, “para parecer abierto”. He tenido
la oportunidad de ver a gerentes de empresas que bien podrían apodarse “Manos de abanico“, pues la palma se mantiene innecesariamente abierta todo el tiempo. No podemos sacrificar naturalidad por apertura. Tan especializadas que son las manos, ¡Usémoslas!…
señalemos, hagamos gestos circulares, movimientos lentos de arriba a
abajo que afirmen nuestras convicciones, pequeños movimientos hacia
afuera que “espanten” o minimicen las desventajas de nuestra propuesta…
ahí tienen la idea.
LENGUAJECORPORAL.ORG
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