Una de las facultades
que la evolución dio a las mujeres fue la habilidad de analizar, de un simple
vistazo, si un macho de la especie era capaz de “cumplir sus funciones” a
cabalidad. ¿A qué me refiero exactamente? A proveer el sustento.
Obviamente, hace miles de años el “laburo” no consistía precisamente en pasarse
ocho horas diarias frente a un computador; más bien nuestras dotes de cazadores
eran las más cotizadas en el mercado laboral de aquel entonces.
De ahí que las
mujeres desarrollaron un sentido de selección basado en proporciones físicas,
en donde machos más agraciados para la cacería, que presentaban principalmente
un torso amplio (condición sine qua non para poder desarrollar
suficiente potencia) y una complexión armónica (que mejoraba la agilidad del
´prospecto´) eran los preferidos sobre aquellos menos agraciados.
Más tarde, el
desarrollo de una familia como núcleo social fundamental (y necesario para la
larga cría de los “cachorros”) presentó la necesidad de una mayor conexión
emocional entre ambos sexos; ¿Cuál era la manera de las féminas de la
prehistoria para determinar el éxito futuro de esta posible conexión? la
respuesta estaba en el rostro de su compañero, el cual se volvió el
“estandarte” de nuestras facultades más sensibles.
La evolución tan
rápida de la civilización y tan lenta de esa “preselección visual”, nos
demuestra que las mujeres siguen aplicando, dentro de ciertas variaciones
cultura a cultura, los mismos criterios para determinar si un hombre les gusta
o no… al primer vistazo, en un par de segundos, y en el siguiente orden:
1) Primero,
determinan la simetría de nuestro rostro. Es esa mirada con la que se
“conectan” cuando nos cruzamos en la calle, y dura poco más de medio segundo. Si
nuestro rostro les parece armónico, emplean el otro medio segundo para
determinar si les gustamos.
2) Luego, la mirada
se dirige a la altura de nuestro ombligo. Aquí la cosa se vuelva más
complicada, pues el “centro de estética” integrado en los circuitos del cerebro
femenino se encarga de analizar la anchura de la cintura contra el ancho de los
hombros, la longitud de las piernas y la media entre ellas y la altura, la
postura al caminar o estar de pie… todo esto en menos de un segundo.
Si la mirada de una
mujer hace este recorrido sobre tí, y dura los dos segundos completos,
has pasado la “prueba preliminar”. Por favor, no eches todo a perder al
abrir la boca.
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